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viernes, 12 de octubre de 2012

Drama

Niños comparten penas de padres en cárceles bolivianas

Ramiro Llanos, pasó parte de su niñez en una cárcel junto a su padre, preso político de las dictaduras militares de los años 60 en Bolivia, pero se recuperó del trauma, estudió derecho y hoy es el responsable administrativo del sistema penitenciario del país.

No es la historia de otros que también pasaron períodos de su infancia visitando prisiones y luego ellos mismos cayeron en la delincuencia y regresaron a las mismas cárceles que conocieron en la niñez.

"Hace 40 años, este era un lugar muy silencioso", recuerda Llanos apuntando al hacinado patio central de la cárcel de San Pedro. Ubicado en el corazón de La Paz, alberga una cantidad de reos que desborda su capacidad, obligándoles a compartir celdas y buscar sitio en pasillos y entretechos.

A primera vista, la presencia de los niños pasa inadvertida, pero se hace evidente según se prolonga la permanencia del visitante.

En el abigarrado patio, una niña luce un coqueto deportivo rosa y juega a hacer ejercicios sin conciencia del lugar donde se encuentra.

Unos 1.600 niños y adolescentes viven en las cárceles bolivianas. Su presencia resulta más problemática en los penales de varones porque en los de mujeres hay un sitio especial para acogerlos y educarlos.

La ley permite la presencia infantil en las prisiones hasta los 6 años, pero exige que el progenitor tenga la tutela otorgada por un juez. "No existe un solo caso que la tenga, pero siguen ingresando niños en los penales", dice Llanos. De esta manera, en las prisiones bolivianas pueden encontrarse desde bebés a jóvenes de 18 años que residen con sus padres.

"Los policías son tan buenos", dice con sorna Llanos, sugiriendo que hacen la vista gorda a las irregularidades.

Richard Hernández, sentenciado por narcotráfico, es el representante de los padres de familia del penal de San Pedro, donde habitan 160 menores.

Explica que "los niños están en la cárcel porque no tienen con quién quedarse. Algunos son huérfanos y lo más frecuente es que también la madre esté presa". Hernández tiene a su cargo un hijo de 8 años.

Los menores conviven con ladrones, asesinos, violadores, pandilleros y narcotraficantes. Son testigos del consumo de alcohol y drogas y también de la violencia.

Alarmados por los peligros que los rodean, algunos padres no los dejan salir de sus celdas, causándoles un doble encierro.

Otros reciben a sus pequeños porque creen que afuera enfrentarían condiciones más amenazadoras que en el penal.

"Viven en medio de una presión sicológica contínua y la carga de agresividad que se respira no es para niños. Es un trauma vivir en un lugar así", dice Stefano Toricini, voluntario de una ONG italiana que desde hace una década brinda en San Pedro apoyo psicopedagógico a los menores.

Los niños interiorizan los códigos de relación humana imperantes al interior de las cárceles. Crecen en un sistema violento y agresivo donde rige la ley del más fuerte, donde todo tiene precio y construyen sus relaciones reproduciendo esos principios.

Por las tardes, los mayores de 6 años asisten a una escuela pública próxima donde cursan estudios básicos. Otros salen a buscar su sustento en las calles.

En la escuela no tienen problemas de convivencia, aunque son "agresivos de palabra y de hecho", explica Reynaldo Pacheco, director del centro escolar Gran Bretaña, donde asisten 130 niños de padres presos.

Sus compañeros de escuela les suelen enrostrar su condición de "hijos de presos", dice el director.

"Los adolescentes tienen un lenguaje que revuelve el estómago", comenta un psicólogo del penal, que pidió anonimato.

Aparentemente la seguridad de los infantes está preservada al interior del penal, pero nadie sabe con certeza qué ocurre con ellos en los oscuros vericuetos carcelarios. Aparecen golpeados y hasta serían objeto de agresiones sexuales. Nadie se refiere al tema y salta sólo cuando ocurre "algo grave", comenta el psicólogo.

En castigo, el agresor puede ser aislado por un tiempo, pero el menor no tiene escapatoria, vuelve a convivir con quien le hizo daño.

"Los niños no tienen voz. Hay alguno que grita, pero la mayoría no", afirma Toricini en sentido literal y metafórico.

Llanos anuncia que hasta fin de año se construirá un ambiente encima de la capilla de la cárcel donde los pequeños tendrán un área propia, con espacios recreativos, de estudio y dormitorios.

La permanencia de los niños en la cárcel es un tema sensible que "hay que tratarlo con pinzas" pues incluso podría motivar un motín, advierten las autoridades.

Toricini se inclina porque "vivan fuera", en tanto que el vocero de los padres afirma que la cercanía con sus hijos es "el único contacto de los presos con el exterior."

Hay implicaciones de seguridad ciudadana. "La sociedad tiene que preocuparse más. Hay que hacer algo ahora porque si no, ese niño que está en la cárcel, te va a matar después", reflexiona Llanos.

AFP

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