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martes, 4 de diciembre de 2012

La posesividad por parte de los hombres es la principal causa de la violencia hacia las mujeres

“La maté, pero nunca le puse un dedo encima”

Un estudio analiza las diferencias psicológicas entre los hombres que pegan a sus mujeres y los que las asesinan

Una de las teorías más aceptadas para explicar por qué los hombres pegan y matan a sus mujeres lo atribuye a la posesividad sexual masculina. Este rasgo fruto de la evolución está presente, aunque en diferente grado, en prácticamente todas las culturas del planeta y va más allá de los celos. Según varios estudios, esa característica refleja la asunción por parte del hombre de su derecho y autoridad para controlar lo que percibe como suyo y, desde este punto de vista, la violencia machista, el asesinato incluido, es el resultado de un intento de limitar por la fuerza la independencia femenina.

Si se acepta este planteamiento y se considera que el objetivo es el control para satisfacer los intereses del maltratador, el asesinato, que destruye el objeto que debe satisfacer las necesidades del asesino, resulta paradójico desde el punto de vista evolutivo y por eso se suele atribuir a un desliz a la hora de aplicar la violencia. Sin embargo, esto no explicaría por qué en gran parte de los casos la muerte de la mujer es parte de un plan. En un estudio publicado recientemente en Agression and Violent Behaviour, y titulado “La maté, pero nunca le puse un dedo encima”, dos investigadoras del Colegio Emek Yezreel de Afula, Israel, sostienen que el asesinato no es el clímax de una escalada violenta sino un fenómeno distinto del maltrato con distintas motivaciones, distintos factores de riesgo y un estado mental diferente.

Para apoyar su tesis, Ruhama Goussinsky y Dalit Yassour-Borochowitz entrevistaron a 36 hombres, 18 que eran violentos con sus mujeres y otros tantos condenados por matarlas o por intentarlo. En sus declaraciones, los simples maltratadores muestran una disposición distinta de los asesinos, según las autoras. Los primeros actúan impulsados por la esperanza de que la violencia les servirá para mantener controladas a sus mujeres y en los segundos predomina la desesperación ante la pérdida de la pareja. Las explicaciones con las que los hombres justifican sus actos recogidas en el artículo son espeluznantes.

“Mira, yo era el soberano en casa. Lo decidía todo, si decidía comprar, compraba, si decidía que íbamos a salir, salíamos. Yo mandaba y ella obedecía. No había ninguna confrontación y la vida era genial. Entonces, de repente, empezó a inmiscuirse, diciendo que sí a esto y no a lo otro, y ¿por qué? ¿por qué compraste ese frigorífico?, y ese tipo de cosas. Me sacaba de mis casillas cada vez que minaba mi autoridad y por eso la golpeaba”, dice uno.

Otro individuo, con una actitud frecuente entre los entrevistados, considera que es poco masculino maltratar a mujeres, pero argumenta que es su única opción dentro de una relación en la que él es una víctima. “Mira, está claro que un hombre no debería golpear a una mujer. Imagina en nuestro gimnasio, entrenando, si alguien supiese que yo pego a una mujer… Es algo así como un código masculino que no pegues a una mujer. A ninguna. De ninguna manera… ¿Pero qué podía hacer? La fuerza física es la única fuerza que un hombre tiene en su casa. Hablando, actuando, en todo, la mujer tiene más fuerza. La única fuerza del hombre son sus puños…”

En los casos de maltratadores como los anteriores, la violencia es una herramienta para mantener a la mujer sometida a sus deseos, algo que, según las investigadoras, es relativamente práctico dado el escaso castigo e incluso la normalidad con que en ocasiones se acepta el maltrato. Pese a que la violencia se suele justificar por una pérdida de control momentánea, el hecho es que, como cuenta uno de los entrevistados recordando palabras de su mujer, se aplica de forma controlada. ”Tú solo rompes lo que es importante para mí, la vajilla que me regaló mi madre, nunca destrozas la tele, especialmente si están poniendo fútbol”, decía ella. “Y tiene razón”, reconoce él.
El maltrato sale barato

Frente a lo barato que sale el maltrato, el asesinato tiene un coste muy elevado para quien lo perpetra, algo que, junto al hecho de que se destruya el objeto que se quiere controlar hace que las investigadoras se inclinen por caracterizarlo como un fenómeno separado. En este caso, las declaraciones de los asesinos, que en un 75% de los casos actuaron ante la intención de la mujer de abandonar al hombre, reflejan una desesperación por la pérdida de lo que, según ellos, es lo único que da sentido a sus vidas.

“No podía vivir, no podía funcionar sin ella… No tenía nada que perder. Todo lo que tenía que perder era ella, y lo perdí y ya está, y no quería nada más… y cuando decidió que no quería ser más parte de mí, no me quedó nada”, declaró uno de los asesinos. En esta misma línea, otro hombre afirmaba que “en el momento que ella quiso acabar con la relación, sentí como si me quitasen el aire. Estaba tan enganchado que simplemente no podía vivir sin ella”.

En estas circunstancias, explica Ruhama Goussinsky, se inicia una cascada de fenómenos y sentimientos que puede acabar en el asesinato. “Cuando la separación se concibe como una pérdida de identidad, del yo; cuando la realidad está vacía de otras fuentes de significado; cuando la concepción de la masculinidad, que incluye el poder, el honor y el control, convierte la propia dependencia de una mujer en una experiencia de debilidad e impotencia, entendida como un golpe humillante al orgullo masculino; cuando el sentimiento de necesidad se añade a una personalidad rígida; cuando la rigidez se añade a la agresividad; cuando la agresividad se justifica con el amor, y cuando el amor legitima los peores tipos de actos bajo el disfraz de un ideal social. Cuando todos estos factores se combinan, se dan unas condiciones de alto riesgo”, afrima Goussinsky.

Aunque como en el caso del maltrato, el asesinato se justifica atribuyéndolo a una pérdida de control momentánea, la mayor parte de los hombres llegaron al lugar del crimen con armas de fuego, cuchillos o algún objeto contundente. “Claramente -se asegura en el artículo-, el acto violento tenía la intención de acabar con la muerte de la mujer, por lo tanto, no es la pérdida de control lo que mejor caracteriza las circunstancia del crimen. Más bien, es el resultado de la elección de perder el control”.

En opinión de las autoras, aunque en más de un 65% de los casos el asesinato estuvo precedido por los golpes, las particularidades de las circunstancias y el estado mental que conducen finalmente al crimen deben hacer que se considere un fenómeno separado con recursos propios para la comprensión y la prevención y políticas diferentes para enfrentarse a él.

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